jueves, 9 de febrero de 2006

La noche de los muertos vivientes

Hoy voy a hablaros de los muertos en vida, y no es que vuelva a reorientar mi carrera literaria hacia el género de terror, puesto que me prometí que si eso ocurría es porque tenía un buen argumento, por lo que las personas que tienen miedo a dormir con la luz apagada pueden relajarse. No, hoy de lo que quiero hablaros es de esas personas sobre las que te cuestionas cuál es su motivación para vivir. Explícome. Porque a estas alturas más de un puedo pensar que me dirijo a hablar sobre aquellas personas cuya vida ha sido tan perra y que han sumado en unos cuantos años tan cantidad de tragedias en sus vidas que podrían dar pie a una temporada entera de true story movies, tan comunes en los mediodías de antena tres. No, sobre esas personas no hay que hablar, sino que si se conoce a alguna en todo caso hay que actuar pues bastantes putas las ha pasado ya.

Yo quiero hablaros de esas personas que se acomodan en la vida, personas cuyo día a día es suficiente, personas que no viven una vida, sino que son caricatos de una película que dura 24 horas y que en el momento de acabarse el rollo se vuelve al principio, y así hasta el fin de los días. Esta tendencia no tiene que ver con clases sociales ni con estudios, pues se encuentran en todos los extractos, porque estas personas sólo se diferencian en el grado en que quieren parar el play de sus vidas y alimentarse de un perpetuo still. Hay quienes paran a los dieciocho con el primer trabajo y la primera chica embarazada antes de tiempo, o quienes esperan a licenciarse y trabajar de aquello toda su vida, accediendo de vez en cuando a un ascenso, más que por méritos por pura política de empresa. Estas personas han hecho suyo la ley de que todos los cuerpos tienden al mínimo esfuerzo, verdad por la que la humanidad ha evolucionado a pasos tan enanos y por lo que las evoluciones tienen más grietas que el cutis de la Duquesa de Alba.

Lo gracioso es que la gente que estoy embolsando en estas categorías son aquellas que más oportunidades ha tenido. Quizás no hayan tenido ningún estímulo para que lo hicieran, pero jamás han tenido las puertas cerradas. En cambio, si uno se fija bien, las personas que luchan, las que no se conforman con lo que son por mucho que les guste, las que habiendo llegado a un lecho cómodo no se quedan dormidas sino que tejen una nueva colcha, sí, esas personas por lo general lo han tenido difícil. Motivo, el que sea, pero en sus corazones hay una pequeña herida sin cicatrizar que les hace moverse y superarse. Aquellos inadaptados en el instituto son el futuro de mañana, porque ha habido un momento en su vida en el que el grupo no les ha ofrecido el suficiente aliciente como para abandonarse a él y dejar de pensar por sí mismos, sino que la vida les ha enseñado que hay que ser independiente, que no hay que dormirse, y que un halago puede ser el peor engaño.

Y yo me considero uno de esos, una de esas personas en continua búsqueda de sí mismo, con sus momentos agrios, es cierto, pero con ganas de triunfar. Y es ahora cuando miro a todas aquellas personas integradas, a todas aquellos que se creían superiores por fardar de A y B, y les veo convertidos en reproducciones calcadas de sus padres, demostrando que su rebeldía no tenía sentido sino que era una consecuencia lógica de la edad, y que sus manera guays eran las correspondientes a las que sus padres posiblemente tuvieron allá en el pleistoceno. Ahora les miro y me dan pena, me dan aso, sí voy a ser sincero. Soy yo quien no quiere que mi vida se llene de esas personas, sino que se lene de gente que me quiera aportar algo, que me estimule para volar, no que me agarre del pie y me obligue a ver el mundo desde su altura porque así hay que hacerlo, ya que así lo hicieron sus padres, los padres de sus padres, ....

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