
A veces uno se para frente al mundo y se cuestiona todo. Hay quien lo hace una vez de en su vida. Hay quien lo hace una vez al año. hay quien lo hace una vez al mes. Hay quien lo hace de cuando cuando. hay quien lo hace todos los días. Y por último, hay quien escribe un blog.
lunes, 4 de mayo de 2009
Una noticia buena

lunes, 17 de marzo de 2008
Sueño
Lo cierto es que no me importa lo que diga Laura, a mí me gusta soñar. Cuando sueño todos los dolores que me persiguen por el día desaparecen. Nunca tengo pesadillas, siempre sueño con cosas alegres y con muchos colores. Pero ella me dice que tengo que estar despierto, que la realidad está aquí y muchas palabras que suenan muy bien y que deben ser muy importantes, pero no las entiendo, aunque ella las dice como si las tuviera que entender, así que me siento tonto, lloro y vuelvo a dormir, porque cuando duermo no me siento tonto. Una vez se lo dije, y ella me contestó que no, que yo no soy tonto y siguió con esas palabras: ¡Odio esas palabras! Me gustaría saber quién las inventó para que me dijera porque son tan raras si deben ser cosas que hasta yo, que no pasé de la escuela debería entender. Pero no conozco a esa persona, aunque una vez soñé con él; soñé que era un tipo feo y gruñón que vivía en una casa vieja en la que estaba abandonado y nadie le quería, y que se había inventado aquellas palabras para hacer que la gente se sintiera tonta, por venganza contra la humanidad. Y yo iba y le hacía ver que esa no era la manera, que si quería yo me hacía su amigo, y entonces él retiró aquellas palabras y el mundo fue un lugar más feliz y nadie se sintió tonto nunca jamás. Un sueño bonito como todos los que tengo.
Cuando estoy despierto las cosas son feas y muchas me dan miedo. Creo que a Luis le pasa lo mismo porque suele chillar muy a menudo. A veces chilla tan fuerte que yo me asusto y me escondo dentro del armario. Y sé lo que pasa: oigo como corre la gente por fuera, como se le acercan con buenas palabras pero él chilla más y las voces tranquilas de la gente se convierte en voces de nerviosismo, y algunas en voces de mando, como si diciéndoles ¡Cálmate! Lo fuera a hacer. Porque Luis tiene miedo, mucho miedo, y sólo se calma cuando oigo como se cierran las correas y viene Marta como siempre con su magia, como decía Enrik, que me hablaba como un niño. Con Enrik también me sentía tonto: ¿Quieres tu comidita? ¿Vienes a dar un paseito? No me gusta Enrik, pero es verdad, Marta siempre hace magia, es como una bruja, pero de las buenas. Cuando me duele la cabeza, tanto que creo que me va a estallar y que voy a convertirme en uno de esos hombres que van en caballo sin cabeza asustando a la gente, me echo a llorar en el suelo sujetándome la cabeza para que no estalle y ella sabe lo que hacer para que desaparezca; viene, me da un poquito de su magia escondida en la mano, redondita, roja, aunque amarga, me da un beso en la frente y me canta una canción bonita sobre un pajarito que aprende a volar y yo me voy durmiendo, y vuelvo a soñar cosas bonitas, y me siento feliz, y cuando me despierto la cabeza no me duele ya, me miro en el espejo, veo que mi cabeza sigue ahí, que no hace falta que me compre un caballo para asustar gente, que son muy caros y no sé como los pagan los hombres sin cabeza; supongo que asustarán al de la tienda y se lo dará gratis.
Yo no quiero ser un hombre sin cabeza, ya doy miedo a muchas personas con cabeza, así que sin ella, imagínate. Pero no siempre he sido así, de pequeño no tenía esos miedos; no me acuerdo mucho de cómo era la vida antes de venir aquí, pero sí me acuerdo que jugaba con muchos niños, que era feliz y que no era un lastre para papá y mamá por lo que me dejaban vivir con ellos. ¡Cómo lloré cuando vine aquí y dejé a papá y a mamá en casa! Lloré durante dos días seguidos, eché tanto agua por la cara que me tuvieron que poner agua enganchada al brazo, y me decían que también era la comida, porque como lloraba no comía, y yo me lo intentaba arrancar porque no quería vivir así, no quería vivir aquí. Al final me ataron a la cama y daba pena verme ahí, más delgado por no comer, atado y llorando, daba tanta pena que mamá no vino a verme hasta que me calmé y me pudieron desatar. Fue el día que vino Marta, antes que ella estaba Sole, que también era bruja pero de las malas: me gritaba, me insultaba y me amenazaba. Un día, antes de que me atarán, me cabreé tanto con ella que me tiré a sus pelos y le arranqué un mechón; todavía me acuerdo qué mal sabía. Cuando me ataron ella se vengaba y me daba cachetes todos los días sin que dijera nada, hasta que Ignacio, que debe ser alguien importante porque todo el mundo le llama Don Ignacio, menos a mí que me deja llamarle Ignacio sólo, la vio, la hizo salir fuera y no la volví a ver. Supongo que se daría cuenta que era una bruza mala y la mojó, porque las brujas malas se deshacen con el agua, que lo vi en el Mago de Oz cuando era niño y mamá me llevó a teatro. Ya me la imagino, en el suelo, como un borrón.
Yo era un niño normal y estaba con niños normales, que se pegaban, que gritaban cuando sus mamás no les compraban un juguete caro, pero ahora no lo soy, y lo sé porque estoy rodeado de raros, y si estás rodeada de gente que se come sus cacas y de que chilla todos los días cada vez que se termina el desayuno como si le pegaran con un látigo sabes que no eres normal. Y todo desde lo del coche, aunque yo no me di cuenta que me había vuelto raro, pero me imagino que papá y mamá sí, y por eso me enviaron aquí, porque ellos no podían cuidar. Pero no fue mi culpa, la pelota se escapó, y entonces, me dolía mucho y me dormí. Me desperté en una habitación blanca, con gente de blanco, en la que una mujer de blanco me miró y se fue sin decir nada. Luego vino un hombre de blanco que me decía cosas raras y me miró de arriba abajo, apuntando todo. Y tuve miedo, quise que papá y mamá estuvieran conmigo, que aquel señor se fuera, porque no entendía nada, tenía miedo. Mucho miedo.
Y ya no soy un niño normal, ahora soy un niño raro, pero cuando sueño vuelvo a tener aventuras con mis amigos del cole, que juegan y ríen conmigo, que me eligen el primero para jugar al baloncesto porque sigo siendo el mejor, sueño que ya no estoy aquí, que la gente no habla raro y me siento tonto, que no me da miedo todo. Por eso quiero soñar, me escapo de estas salas en las que los niños lloran a todas horas, pegan a la gente cuando se cambia la cadena que quieren, y que si eres bueno lo más que tienes es doble ración de natillas una vez al mes, porque más engorda; claro que si me dejaran salir al jardín más, y estar en la canasta tirando haría más ejercicio y no habría problema de engordar. Pero si se lo digo, Laura me mira y me dice que las cosas no son tan fáciles. No lo serán, si lo dice ella, que es más lista porque sabe palabras que yo no entiendo.
Jenny
Jenny,
no sé si me oyes,
no sé si pensará acaso,
sólo sé que ya no estás
y que nunca vas a estar.
Jamás volveré a oír tu risa,
jamás porque te has ido.
Jamás descubriré el enigma
de a dónde va tu mirada,
jamás porque ya no estás.
Como hizo ya nuestro Josetxo,
tú ahora te vas,
pero sin decir adiós,
sabiendo que no volverás.
Oscuro en el ocaso de la vida
de la que te quedaba por vivir;
el fin llegó, yo me lo temía.
Asco de vida la que nos toca
que no a segundas oportunidades;
un error caro un día
y lo pagas entero de por vida.
Si acaso miro hacia el cielo
una noche estrellada,
sé que vas a estar allí,
brillando con toda tu luz;
toda esa luz que poseías
y que la vida te quitaba,
ahora y tras tu muerte
brillas fuerte en nuestra alma.
Quienes te conocíamos un poco,
pues en ti nadie entraba,
quedamos harto hechizados;
y es que tu magia nunca acababa.
Soñaré, tal vez, contigo
y será un breve encuentro.
Podré volver, aún sólo un instante,
a recordar los días de Beintza,
en que mis poesías leías,
y más que llorar, reías.
Fueron esos nuestros últimos días
pues nos dejaste al instante.
Te fuiste lejos tú sola
Y no vimos tu luz apagarse.
Al pasar los meses supe de ti,
pero supe que ya no estabas
y entonces te encontré,
más que nunca, cercana;
ahora ya sólo vives en nosotros,
ahora ya no te pasa nada.
Ríes desde donde estés,
saluda desde el fondo de mi alma
lunes, 27 de febrero de 2006
Painting past
Este es un arte que el avance de la ciencia no podrá despojar de su subjetividad, pues aunque las técnicas se depuren, y las herramientas cada vez sean mejores, es el pintor, artista de la (re)interpretación quien decide cómo ha de ser la realidad que aparecerá en ese cuadro que sonríe desde el blanco lienzo sin mácula como un reto, un desafío. Y por eso la pintura es quien mejor representa la melancolía, porque nuestra mente es eso: es un lienzo en blanco en donde pintamos todas aquellas experiencias, en donde damos más color a los momentos en los que sonreímos, y cubrimos que colores tristes todo aquello que no queremos que brille. Somos inexactos cuando dibujamos los problemas, no acertamos en su magnitud, de la misma manera que aquella persona que nos hizo soñar un verano, y a la que no volvimos a ver, aparece con una aureola que jamás tuvo. ¿O quizás si?
Atardeceres grises, compañías coloridas, movimientos estáticos, sonrisas inexistentes. La subjetividad es la baza con la que jugamos para que nuestros recuerdos se ajusten a nuestro presente y podamos seguir adelante. ¿Y qué pasa con la objetividad? La objetividad es la cordura para aquel que no acepta que está loco, mientras que quienes lo aceptamos, nos satisface recrearnos en las mentiras piadosas de los verdes valles y en las cálidas casas en las que crecimos aceptando que ni eran tan verdes ni tan cálidas, pero recordarlas así nos ayuda a superar las grises ciudades y los fríos hogares a la vuelta. Y eso es lo que vemos cuando un pintor nos expone su obra: sus verdes valles y su cálida casa.
martes, 24 de enero de 2006
Oda a la Bruja Averías
Esta noche estrenan House en cuatro, sí ese nuevo canal que está intentando ofrecer contenidos alejados a la telebasura por la que tanto protestamos todos, y que como respuesta tiene unos índices de audiencia baja (no, si cada vez estoy más convencido de que la gente tiene lo que se merece). Una nueva serie con un pequeño toque de mala leche. Si la serie nos da lo que promete el anuncio House se va a incorporar al corazón (si es que tenemos) de todos aquellos que creemos que la ironía, la acidez y la mala hostia son los principios con los que se hacen las cosas. A todos aquello que creemos que una pastelada no es más que una manera vacía de llenar horas tan inútil como una película de Vandame (o como se escriba). Y no es que no me gusten las historias bonitas, pero siempre que estén bien hechas; quizás, y especialmente para los que me conozcan, siempre utilice el mismo recurso, pero un ejemplo de historia bonita sin excesos de azúcar son los cuentos de hadas con los que nos deleita la incombustible Isabel Coixet.
La televisión y el cine se están llenando de subproductos hechos con el sello de familiar, que lejos de significar que gusta a todo el mundo, resulta que no gusta a nadie. Programas como el que ha tenido Concha Velasco en la primera, No muy lejano a aquel que llego a perpetrar Ramón hasta en la sopa y más pesado que un elefante en brazos García, y que la providencia ha hecho que se quite. Otro ejemplo es Lo que inTeresa, subproducto de actualidad con una presentadora que no tiene ninguna ganas de retirarse elegantemente, antes de que las pocas personas que aún la consideran profesional, si es que alguien lo hace, dejen de creer en ella. Señora, que la parte que más se ve su programa esta compuesta por todos aquellos que queremos ver los Simpsom. Que dejen de jodernos con sus historias a medio gas y que series como Padre de familia, Queer as Folk, The L world, y más vayan a parrilla y en Prime Time. Que se programen películas infantiles como Shrek en la que los adultos no nos sentimos estúpidos (y de paso que retomen el formato de la bola de cristal). Que hagan una televisión de calidad. Y lo que es más importante: que la gente lo vea.