lunes, 27 de febrero de 2006

Painting past

El pasado siempre está allí: nos persigue, nos atormenta, nos hace soñar. La melancolía es una de esas virtudes del ser humanos para hacer presente lo que ya no existe, y lo que quizá nunca existió, pero que se repite día tras día en nuestra mente, quizás emborronado de lo que realmente fue, pero tan claro como si lo tuviéramos justo delante de nuestras narices. Y todos lo intentamos capturar de alguna manera, algunos con mejor fortuna que otros. Pero es sin duda la mano del pintor la que mejor lo logra. Sus trazos intentando capturar la realidad, sus manos obligadas a representar lo que su mente ha guardado.

Este es un arte que el avance de la ciencia no podrá despojar de su subjetividad, pues aunque las técnicas se depuren, y las herramientas cada vez sean mejores, es el pintor, artista de la (re)interpretación quien decide cómo ha de ser la realidad que aparecerá en ese cuadro que sonríe desde el blanco lienzo sin mácula como un reto, un desafío. Y por eso la pintura es quien mejor representa la melancolía, porque nuestra mente es eso: es un lienzo en blanco en donde pintamos todas aquellas experiencias, en donde damos más color a los momentos en los que sonreímos, y cubrimos que colores tristes todo aquello que no queremos que brille. Somos inexactos cuando dibujamos los problemas, no acertamos en su magnitud, de la misma manera que aquella persona que nos hizo soñar un verano, y a la que no volvimos a ver, aparece con una aureola que jamás tuvo. ¿O quizás si?

Atardeceres grises, compañías coloridas, movimientos estáticos, sonrisas inexistentes. La subjetividad es la baza con la que jugamos para que nuestros recuerdos se ajusten a nuestro presente y podamos seguir adelante. ¿Y qué pasa con la objetividad? La objetividad es la cordura para aquel que no acepta que está loco, mientras que quienes lo aceptamos, nos satisface recrearnos en las mentiras piadosas de los verdes valles y en las cálidas casas en las que crecimos aceptando que ni eran tan verdes ni tan cálidas, pero recordarlas así nos ayuda a superar las grises ciudades y los fríos hogares a la vuelta. Y eso es lo que vemos cuando un pintor nos expone su obra: sus verdes valles y su cálida casa.

jueves, 23 de febrero de 2006

Notre histoire, notre vérité

Soy yo, /fuerte como el viento./Soy yo,/quien decide mi destino./No más lloros ni lamentos,/no más concesiones a ellos./ La fuerza es parte de mí/porque la debilidad es/reconocer que el otro es más fuerte/sin siquiera haber luchado./ Risas de cuervos a punto de desaparecer,/ historia que se repite en cada uno de nosotros./ La vida es vivir,/y yo quiero que la mía sea así./ Sus voces insultantes no me callarán./Antes pedía perdón por ser quien soy;/ahora lo pido por haberlo pedido./

Y otros lo dijeron antes que yo:

Soy así y así seguiré. Esa sentencia en boca de aquella mujer que para muchos de nosotros representa, ya no sólo parte de nuestra infancia, sino de la historia de la música y de la televisión. Ella se meo encima de Luci y después nos ha ido mostrando las ganas de luchar. Yo aprendí mucho de ella y de sus creaciones, pero lo que sin duda me ha servido en esta vida es que hay que aprender a desaprender lo aprendido para poder reaprender. Trabalenguas sin duda cargado de moral.

We are queer, we are here, get used to it.

Por eso mismo debemos aprender a querer como somos, sea como sea eso. No es cierto que porque el resto nos desapruebe lo debamos hacer nosotros, porque sería darles la razón; no es cierto que porque el resto trate de borrar nuestra historia nosotros no la debamos contar porque así contribuiremos a que desaparezca.

Un saludo para los hijos del Arco Iris. Que la luz llegue hasta el final

viernes, 17 de febrero de 2006

Focus in black

A veces no prestamos atención a la luz. Sabemos que está ahí, que siempre va a estar. Cuando llegamos a tener suficiente conciencia nos damos cuenta que si se va por la noche, por la mañana aparecerá tan renovada como el día anterior. E incluso por las noches podemos tener esas luces artificiales que nos permiten soñar con la natural. Si, la luz. Vida y sentimientos que siempre están allí ¿Siempre? Hay veces en las que la luz desaparece, en las que nos cegamos, en las que ponemos en nuestras miradas filtros opacos que no nos permiten ver más a allá de ellos. Y estamos lo suficientemente cegados como para darnos cuenta que sería tan sencillo como mover nuestra mano y quitar ese velo de delante de la cara para recuperar la luz. Pero no lo hacemos. Incluso ignoramos que podamos hacerlo. Y entonces la angustia es mayúscula, porque ya no tenemos la certeza de que la luz vaya a aparecer por la mañana siguiente. Es más, ignoramos siquiera que la luz pueda aparecer. Nos vamos muriendo por dentro como flores marchitas que han perdido el astro sobre el que giran sus, antes coloridos, pétalos. Somos sombras de lo que antes fuimos, enigmas de la naturaleza, muertos en vida que tienen en sus ojos la quietud de aquellos que han secado todas sus lágrimas. Personas que sólo conocen espinas sin rosas, aliento desenfocado en un triste y patético amago de respiración. El latido se torna ruidoso como las campanas que anuncian otro muerto más en el pueblo, deseando que callen, pero alegre de poder oírlas.

Y allí, al fondo, cuando la máscara empieza a debilitarse empieza a verse una luz, un lucero que tirita, una miserable onda luminosa. Y entonces están los que la miran, los que la anhelan, los que se asoman para poder verla y vuelven a descubrir la belleza de los colores. Pero también están aquellos, que acostumbrados a la oscuridad cierran sus ojos y se encierran en una ceguera eterna, triste, pero a la vez intensamente cierta.

jueves, 9 de febrero de 2006

La noche de los muertos vivientes

Hoy voy a hablaros de los muertos en vida, y no es que vuelva a reorientar mi carrera literaria hacia el género de terror, puesto que me prometí que si eso ocurría es porque tenía un buen argumento, por lo que las personas que tienen miedo a dormir con la luz apagada pueden relajarse. No, hoy de lo que quiero hablaros es de esas personas sobre las que te cuestionas cuál es su motivación para vivir. Explícome. Porque a estas alturas más de un puedo pensar que me dirijo a hablar sobre aquellas personas cuya vida ha sido tan perra y que han sumado en unos cuantos años tan cantidad de tragedias en sus vidas que podrían dar pie a una temporada entera de true story movies, tan comunes en los mediodías de antena tres. No, sobre esas personas no hay que hablar, sino que si se conoce a alguna en todo caso hay que actuar pues bastantes putas las ha pasado ya.

Yo quiero hablaros de esas personas que se acomodan en la vida, personas cuyo día a día es suficiente, personas que no viven una vida, sino que son caricatos de una película que dura 24 horas y que en el momento de acabarse el rollo se vuelve al principio, y así hasta el fin de los días. Esta tendencia no tiene que ver con clases sociales ni con estudios, pues se encuentran en todos los extractos, porque estas personas sólo se diferencian en el grado en que quieren parar el play de sus vidas y alimentarse de un perpetuo still. Hay quienes paran a los dieciocho con el primer trabajo y la primera chica embarazada antes de tiempo, o quienes esperan a licenciarse y trabajar de aquello toda su vida, accediendo de vez en cuando a un ascenso, más que por méritos por pura política de empresa. Estas personas han hecho suyo la ley de que todos los cuerpos tienden al mínimo esfuerzo, verdad por la que la humanidad ha evolucionado a pasos tan enanos y por lo que las evoluciones tienen más grietas que el cutis de la Duquesa de Alba.

Lo gracioso es que la gente que estoy embolsando en estas categorías son aquellas que más oportunidades ha tenido. Quizás no hayan tenido ningún estímulo para que lo hicieran, pero jamás han tenido las puertas cerradas. En cambio, si uno se fija bien, las personas que luchan, las que no se conforman con lo que son por mucho que les guste, las que habiendo llegado a un lecho cómodo no se quedan dormidas sino que tejen una nueva colcha, sí, esas personas por lo general lo han tenido difícil. Motivo, el que sea, pero en sus corazones hay una pequeña herida sin cicatrizar que les hace moverse y superarse. Aquellos inadaptados en el instituto son el futuro de mañana, porque ha habido un momento en su vida en el que el grupo no les ha ofrecido el suficiente aliciente como para abandonarse a él y dejar de pensar por sí mismos, sino que la vida les ha enseñado que hay que ser independiente, que no hay que dormirse, y que un halago puede ser el peor engaño.

Y yo me considero uno de esos, una de esas personas en continua búsqueda de sí mismo, con sus momentos agrios, es cierto, pero con ganas de triunfar. Y es ahora cuando miro a todas aquellas personas integradas, a todas aquellos que se creían superiores por fardar de A y B, y les veo convertidos en reproducciones calcadas de sus padres, demostrando que su rebeldía no tenía sentido sino que era una consecuencia lógica de la edad, y que sus manera guays eran las correspondientes a las que sus padres posiblemente tuvieron allá en el pleistoceno. Ahora les miro y me dan pena, me dan aso, sí voy a ser sincero. Soy yo quien no quiere que mi vida se llene de esas personas, sino que se lene de gente que me quiera aportar algo, que me estimule para volar, no que me agarre del pie y me obligue a ver el mundo desde su altura porque así hay que hacerlo, ya que así lo hicieron sus padres, los padres de sus padres, ....

martes, 7 de febrero de 2006

S.O.S

Cada vez tengo menos dudas de que la televisión sea una creadora de zombis. Hay veces que yo mismo, encontrándome ante un subproducto cuyos creadores debían correr el mismo final que los animalitos de happy tree friends, he sentido como si estuviera perdiendo neuronas. Sentía que dentro de mi cabeza las neuronas se convertían en esos animalitos que hay (no me acuerdo el nombre pero salían en la serie del juez Kläus) por estos mundos de dios y hacían un suicidios colectivo. ¿A que cojones viene esta afirmación? A que esta noche Dapena 3 (cuyo único méritos es programar los Simpons) estrena un programa similar al prescindible Mira quien baila, con la salvedad de que en vez de deleitar nuestros masoquistas ojos con las escenas de Carmen por qué no se retira Sevilla, nos asombraremos con los cantos del levantapiedras (Harrijasotzaile en mi tierra) Perurena, y de la incansable (que pena) Antonia, aquella que protestaba cuando la Barbie de Geriátrico le quito a su marido (Por cierto, Vicky, te sigo odiando pero me has dado uno de los mejores piropos para la ex participante del equipo A); me pregunto si esta vez nuestra querida Antonia meterá a su hombre en el microondas ya que ahora disponen de función de descongelado.

Y sí, como cualquier negro profeta os traigo este anuncio cercano al Apocalipsis, por si alguno no ha podido deleitarse con las amenazas publicitarias de nuestra cadena facha. ¿Y quien lo presenta? Pues como no, una de esas presentadoras que no tienen bastante ridículo con el hecho y quieren que su vitrina de recuerdos se parezca lo más posible a una casa del terror por todos aquellos que apuestan por la televisión de calidad, sea lo que fuere eso. Por lo menos a algunos nos queda el consuelo de poner a Cuatro y deleitarnos con el salvajemente sincero House, y su sarta de ironías engarzadas con personajes secundarios, que lejos de quedar por debajo de él, tienen de vez en cuando la respuesta adecuada.

Así, que aquello que quieran seguir maltratando sus malogradas neuronas no tienen más que poner ese canal mientras que los demás haremos cualquier cosa diferente. Si el anuncio de Europa dice eso de SAVE THE MUSIC, ante estos atentados contra la salud pública (¿dónde está la ministra de sanidad?) yo digo aquello de SAVE THE DIGNITY

domingo, 5 de febrero de 2006

Ego amo vitae cultura

Hace un par de día estuve en un acto cultural. Para quienes pequen de neos en mi jerga quiero recordar que cultural no implica que esté patrocinado por la SGAE, sino que quiere intentar aportat algo al ya sobresaturado mundo del arte, especialmente por subproductos que coniguen más fama que aquellos que tienen una verdadera porfundidad a tres dimensiones. El caso es que un antiguo compañero de piso, que merece una estatua pro seguir siendo amigo mío a pesar de haberme conocido en el duro campo de la convivencia, había montado su primera exposición seria de dibujo, junto a otras personalidades más o menos conocidas.
Tenía tres razones para ir a esta exposición y que sólo un tornado dirección oz me podría haber obligado ir, y eso que no tengo ningún perro ni amigo que se llame Toto. Primero, el deber moral de ir a apoyar a una persona que te importa y que está viendo cómo se cumplen sus sueños (con los amigos también hay que estar en los momentos dulces); segundo, que le texto que acompañaba a su obra en el folleto estaba escrito por mí, el escritor (como suena) y eso hacía sentir más parte de aquel acontecimiento; y tercero, lo que hoy en día puede sonar más raro en esta sociedad use and throw en la que vivimos, y es que me apetecía ir a este acto cultural.
Ahoraa no voy a ir d eintelectualoide de tercer fila que dice cosas que nadie inTERESA, pero de vez en cuando siento como que me apetece ver algo que conecte más con mi interior, que me haga sentir parte de algo, como que me inspiren. Y es cierto que aquella galería albergaba a seres cuyo interés estaba muy lejos de lo que se puede denominar el interés altruista, pero aprendí muchas cosas, tanto sobre arte como sobre mi amigo, y me llevé el mejor regalo que una persona puede tener: me enamoré de un cuadro. Evidentemente mi precaria (de becario) situación económica no me alcanzaba a compararlo, pero la inspiración era tanta que no voy a poder evitar más que crear una historia sobre ese cuadro que incluré en el libro de relatos breves que próximamente espero que vea la luz.
A veces dejar el mundo de luces de neon y de productos prefrabricados da a uno la posibilidad de descubrir que la belleza supera a los cuerpos de los protagonistas del pseudoculebrón de Pasión de Gavilanes, y que las cosas que realiza una persona para crear arte y no dinero realmente sabe tocar la puerta del alma. Un beso para aquellos que piensan lo mismo. Juntos puede que no venceremos, pero nos juntaremos en pequeños grupos a criticar a aquellos que se lucran pudriendo sus almas con vaciedades (nuevo palabro) y corazones latinos que dejan de latir.

jueves, 2 de febrero de 2006

Pacha mama

A veces cuando miro un rayo tengo en mi interior dos sentimientos: por un lado el pánico que provoca, pues, quitando un par de mentes inconscientes e imitadores de George Washington con cometas inoportunas, todos sabemos que un rayo nos puede dejar algo así parecido a un pollo frito; peor, mirando por otro lado, un rayo me parece una de las visiones más hermosas de la naturaleza. Me sueles pasar que en las noches de tormenta, en las que esta no está muy lejos, me quedo hipnotizado viendo ese ballet de luces y sonidos que despliega ante nosotros, simples humanos en el cielo. Por un segundo la noche se convierte vida, y uno es capaz de contemplar cómo de maravillosa es la naturaleza, qué fuerza y tiene y cómo puede llegar a conmover.

Y sí, he dicho bien, me conmueve.

Quizás que uno de los seres más fríos y cínicos del planeta os confiese esto, pues provocar más de un shock, no hipobulémico espero, y quizás sea un error mostrar una de mis debilidades, pero sí, este tipo de fuerzas desatadas me conmueves. De la misma manera que puedo tirarme horas y horas mirando al mar, sintiendo como cada uno de mis problemas, inmensos en mi cabeza se tornan pequeños ante el batir de las olas contra las rocas en un líquido paisaje que es tan grande que no me entra en la mirada. Recuerdo con especial cariño los días de tormenta marina, los de galerna, en los que las olas son violentas y no fingen esa hipocresía de falsa calma que parece poseer el mar; en esos momentos son ellas, sin máscaras, las que pelean contra rocas, ancladas allí desde hace tantos siglos que se les olvidó protestar y su única oposición es mantenerse inmóviles, desgastándose poco a poco, pero a marchas forzadas para una roca. Cicatrices saladas llenas de pequeños seres que habitan ahí, protegidos de sus depredadores por olas gigantescas y llenas de espuma.

Ambos, el mar embravecido y una tormenta eléctrica tienen esos dos elementos, esas características que, lejos de diferenciarlas, las unen, porque ambos son bellos espectáculos terroríficos en los que la naturaleza nos demuestra que es más fuerte que cualquier cosa que el ser humano construya, que tarde o temprano reclama su sitio robado. Es esos momentos en los que la naturaleza demuestra que es capaz de destruir cualquier dios inventado por los seres humanos, que es capaz de detener cualquier elemento de discordia de un plumazo. Es en esos momentos en los que me encuentro feliz.