jueves, 9 de noviembre de 2006

La pesadilla de un musicologo

Después de un tiempo ausente, de un espacio en el que, por diversos motivos, siendo uno de ellos la incompetencia médica, he cogido las suficientes fuerzas como para lanzarme de nuevo a navegar sin necesidad de flotador y ni siquiera de barco (así de kamikaze soy) en este ciberocéano. Y vuelvo con un tema que no es la primera vez que trato, pero que visto los resultados merece una revisión y una vuelta más de tuerca. Y es que horas de estas en casa sin poder salir delante de un televisor me obliga a analizar por lo menos uno de los temas que ronda en mi cabeza antes de que me aniquilen todos por dentro. Y este tema no es otro que el tema de la música.

Hace unos cuantos post, más exactamente en los orígenes de este blog hago un análisis en el que la música patria queda muy mal parada. E insisto en la idea de que no odio la música en castellano, me gusta en cualquier idioma, y reconozco que la anglosajona llega momentos en los que parece que las heces de podredumbre de grupos que pretenden ser mainstream sin merecerlo invaden las listas apoyados por modas inservibles e inútiles y haciéndose eco de lo peor de la sociedad como modelo a seguir. Pero a esta música hay un elemento que le salva, y es la variedad. Evidentemente Estados Unidos es un país grande como para que haya ofertas de diferentes modelos, y por suerte contamos con los británicos que en general, salvo excepciones, nos ofrecen música con calidad aceptable y evitando la saturación de post producciones que inundan yankilandia.

El asunto es que si uno se fija en la lista de los 40 no puede evitar encontrarse con grupos pésimos que son elevados a la categoría de dioses de una forma que sonrojaría a quien invento el término Hype. Gente como Antonio Orozco, que aburriría a los muertos con letras impresentables y un estilo de música en el que la palabra personal carece de sentido, abominaciones como Señor Trepador o La caja de Pandora, que intentan seguir el estilo (sic) del anterior, aunque con todavía peor fortuna, grupos como Pignoise que deshonran un estilo como el punk con letras compuestas por Emilio Aragón (el gran rebelde del siglo, ja ja ja ja), insustancialidades como El sueño de Morfeo, con el nombre mejor elegido, liderados por una niñata sin voz y sin sustancia que se dedica a destrozar una canción que ha sido el himno de generaciones de gays y lesbianas (como diría aquella gran monarca: que le corten la cabeza. De su novio me abstengo a hablar que mi estómago sigue delicado), seguimos con abortos musicales provocados por pereza y su uso de la fauna y esos aires de grandes del Rock and roll fuera de época, unimos al cóctel a ese tipo que ha perdido el norte y la dicción llamado Alejandro Magno o Sanz, en cualquiera de sus época apesta, seguimos con la insufrible voz de los Maná (En serio número uno ¿??????????) y por no hablar del encumbrado Bisbal, sobre el que se invierte hasta dinero publico para homenajearlo. ¿Por qué? Por destrozar el concepto de música latina. Pues bueno.

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