El pasado siempre está allí: nos persigue, nos atormenta, nos hace soñar. La melancolía es una de esas virtudes del ser humanos para hacer presente lo que ya no existe, y lo que quizá nunca existió, pero que se repite día tras día en nuestra mente, quizás emborronado de lo que realmente fue, pero tan claro como si lo tuviéramos justo delante de nuestras narices. Y todos lo intentamos capturar de alguna manera, algunos con mejor fortuna que otros. Pero es sin duda la mano del pintor la que mejor lo logra. Sus trazos intentando capturar la realidad, sus manos obligadas a representar lo que su mente ha guardado.
Este es un arte que el avance de la ciencia no podrá despojar de su subjetividad, pues aunque las técnicas se depuren, y las herramientas cada vez sean mejores, es el pintor, artista de la (re)interpretación quien decide cómo ha de ser la realidad que aparecerá en ese cuadro que sonríe desde el blanco lienzo sin mácula como un reto, un desafío. Y por eso la pintura es quien mejor representa la melancolía, porque nuestra mente es eso: es un lienzo en blanco en donde pintamos todas aquellas experiencias, en donde damos más color a los momentos en los que sonreímos, y cubrimos que colores tristes todo aquello que no queremos que brille. Somos inexactos cuando dibujamos los problemas, no acertamos en su magnitud, de la misma manera que aquella persona que nos hizo soñar un verano, y a la que no volvimos a ver, aparece con una aureola que jamás tuvo. ¿O quizás si?
Atardeceres grises, compañías coloridas, movimientos estáticos, sonrisas inexistentes. La subjetividad es la baza con la que jugamos para que nuestros recuerdos se ajusten a nuestro presente y podamos seguir adelante. ¿Y qué pasa con la objetividad? La objetividad es la cordura para aquel que no acepta que está loco, mientras que quienes lo aceptamos, nos satisface recrearnos en las mentiras piadosas de los verdes valles y en las cálidas casas en las que crecimos aceptando que ni eran tan verdes ni tan cálidas, pero recordarlas así nos ayuda a superar las grises ciudades y los fríos hogares a la vuelta. Y eso es lo que vemos cuando un pintor nos expone su obra: sus verdes valles y su cálida casa.
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