Hace un par de día estuve en un acto cultural. Para quienes pequen de neos en mi jerga quiero recordar que cultural no implica que esté patrocinado por la SGAE, sino que quiere intentar aportat algo al ya sobresaturado mundo del arte, especialmente por subproductos que coniguen más fama que aquellos que tienen una verdadera porfundidad a tres dimensiones. El caso es que un antiguo compañero de piso, que merece una estatua pro seguir siendo amigo mío a pesar de haberme conocido en el duro campo de la convivencia, había montado su primera exposición seria de dibujo, junto a otras personalidades más o menos conocidas.
Tenía tres razones para ir a esta exposición y que sólo un tornado dirección oz me podría haber obligado ir, y eso que no tengo ningún perro ni amigo que se llame Toto. Primero, el deber moral de ir a apoyar a una persona que te importa y que está viendo cómo se cumplen sus sueños (con los amigos también hay que estar en los momentos dulces); segundo, que le texto que acompañaba a su obra en el folleto estaba escrito por mí, el escritor (como suena) y eso hacía sentir más parte de aquel acontecimiento; y tercero, lo que hoy en día puede sonar más raro en esta sociedad use and throw en la que vivimos, y es que me apetecía ir a este acto cultural.
Ahoraa no voy a ir d eintelectualoide de tercer fila que dice cosas que nadie inTERESA, pero de vez en cuando siento como que me apetece ver algo que conecte más con mi interior, que me haga sentir parte de algo, como que me inspiren. Y es cierto que aquella galería albergaba a seres cuyo interés estaba muy lejos de lo que se puede denominar el interés altruista, pero aprendí muchas cosas, tanto sobre arte como sobre mi amigo, y me llevé el mejor regalo que una persona puede tener: me enamoré de un cuadro. Evidentemente mi precaria (de becario) situación económica no me alcanzaba a compararlo, pero la inspiración era tanta que no voy a poder evitar más que crear una historia sobre ese cuadro que incluré en el libro de relatos breves que próximamente espero que vea la luz.
A veces dejar el mundo de luces de neon y de productos prefrabricados da a uno la posibilidad de descubrir que la belleza supera a los cuerpos de los protagonistas del pseudoculebrón de Pasión de Gavilanes, y que las cosas que realiza una persona para crear arte y no dinero realmente sabe tocar la puerta del alma. Un beso para aquellos que piensan lo mismo. Juntos puede que no venceremos, pero nos juntaremos en pequeños grupos a criticar a aquellos que se lucran pudriendo sus almas con vaciedades (nuevo palabro) y corazones latinos que dejan de latir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario