Patricia McNeal nos recrea en una asombrosa obra y con una delicadeza asombrosa la historia de amor de dos hombres. Relato que puede recordar a la parábola griega del amor sófico entre profesor y alumno, pero pasando muy de lejos.
Un profesor universitario de gimnasia, que trabaja en una universidad moderna (ojala la mía hubiera sido algo parecida a esta) como refugio a una vida de excesos en unos años en los que ser gay era algo tan cuestionado como ser rojo (en los usa, of course) recibe el encargo de entrenar a tres promesas del atletismo que han sido expulsados de su universidad por ser gays. Enfrentándose a sus propios fantasmas comienza el entrenamiento a la vez que la relación con uno de estos muchachos se aleja del lado únicamente académica.
El corredor de fondo es un libro imprescindible, porque, aunque en momentos se nos quede lejano, tanto por la época como por el contexto social del país en el que trascurre, nos narra una historia de amor entre dos chicos sin osar si quiera a poner velos en los sentimientos de dos hombres. Es un libro en el que, por desgracia muy similar a la vida real, la homofobia es un tercero que quiere ser parte sin que nadie le invite y nadie le de permiso para quedarse; homofobia que tiene su llama en la antorcha de los juegos olímpicos que tienen como objetivos los protagonistas, sacando del armario el desprecio que existe hacia lo que no huela a macho en el mundo de los deportes y más aún en el de la prensa deportiva.
Con este libro uno puede llorar, y en momentos es casi inevitable, pero sobre todo consigue encender en uno la vena del activismo, nos recuerda que aunque los campos de concentración son un mal recuerdo, seguimos llevando el triángulo rosa cosido a nuestro brazo, que todo intento de normalizar (entendiendo esto como que nos dejen ser y ya está) es precedido por una lucha fatigosa.
En cuanto pueda leeré la segunda parte.
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