Lo cierto es que no me importa lo que diga Laura, a mí me gusta soñar. Cuando sueño todos los dolores que me persiguen por el día desaparecen. Nunca tengo pesadillas, siempre sueño con cosas alegres y con muchos colores. Pero ella me dice que tengo que estar despierto, que la realidad está aquí y muchas palabras que suenan muy bien y que deben ser muy importantes, pero no las entiendo, aunque ella las dice como si las tuviera que entender, así que me siento tonto, lloro y vuelvo a dormir, porque cuando duermo no me siento tonto. Una vez se lo dije, y ella me contestó que no, que yo no soy tonto y siguió con esas palabras: ¡Odio esas palabras! Me gustaría saber quién las inventó para que me dijera porque son tan raras si deben ser cosas que hasta yo, que no pasé de la escuela debería entender. Pero no conozco a esa persona, aunque una vez soñé con él; soñé que era un tipo feo y gruñón que vivía en una casa vieja en la que estaba abandonado y nadie le quería, y que se había inventado aquellas palabras para hacer que la gente se sintiera tonta, por venganza contra la humanidad. Y yo iba y le hacía ver que esa no era la manera, que si quería yo me hacía su amigo, y entonces él retiró aquellas palabras y el mundo fue un lugar más feliz y nadie se sintió tonto nunca jamás. Un sueño bonito como todos los que tengo.
Cuando estoy despierto las cosas son feas y muchas me dan miedo. Creo que a Luis le pasa lo mismo porque suele chillar muy a menudo. A veces chilla tan fuerte que yo me asusto y me escondo dentro del armario. Y sé lo que pasa: oigo como corre la gente por fuera, como se le acercan con buenas palabras pero él chilla más y las voces tranquilas de la gente se convierte en voces de nerviosismo, y algunas en voces de mando, como si diciéndoles ¡Cálmate! Lo fuera a hacer. Porque Luis tiene miedo, mucho miedo, y sólo se calma cuando oigo como se cierran las correas y viene Marta como siempre con su magia, como decía Enrik, que me hablaba como un niño. Con Enrik también me sentía tonto: ¿Quieres tu comidita? ¿Vienes a dar un paseito? No me gusta Enrik, pero es verdad, Marta siempre hace magia, es como una bruja, pero de las buenas. Cuando me duele la cabeza, tanto que creo que me va a estallar y que voy a convertirme en uno de esos hombres que van en caballo sin cabeza asustando a la gente, me echo a llorar en el suelo sujetándome la cabeza para que no estalle y ella sabe lo que hacer para que desaparezca; viene, me da un poquito de su magia escondida en la mano, redondita, roja, aunque amarga, me da un beso en la frente y me canta una canción bonita sobre un pajarito que aprende a volar y yo me voy durmiendo, y vuelvo a soñar cosas bonitas, y me siento feliz, y cuando me despierto la cabeza no me duele ya, me miro en el espejo, veo que mi cabeza sigue ahí, que no hace falta que me compre un caballo para asustar gente, que son muy caros y no sé como los pagan los hombres sin cabeza; supongo que asustarán al de la tienda y se lo dará gratis.
Yo no quiero ser un hombre sin cabeza, ya doy miedo a muchas personas con cabeza, así que sin ella, imagínate. Pero no siempre he sido así, de pequeño no tenía esos miedos; no me acuerdo mucho de cómo era la vida antes de venir aquí, pero sí me acuerdo que jugaba con muchos niños, que era feliz y que no era un lastre para papá y mamá por lo que me dejaban vivir con ellos. ¡Cómo lloré cuando vine aquí y dejé a papá y a mamá en casa! Lloré durante dos días seguidos, eché tanto agua por la cara que me tuvieron que poner agua enganchada al brazo, y me decían que también era la comida, porque como lloraba no comía, y yo me lo intentaba arrancar porque no quería vivir así, no quería vivir aquí. Al final me ataron a la cama y daba pena verme ahí, más delgado por no comer, atado y llorando, daba tanta pena que mamá no vino a verme hasta que me calmé y me pudieron desatar. Fue el día que vino Marta, antes que ella estaba Sole, que también era bruja pero de las malas: me gritaba, me insultaba y me amenazaba. Un día, antes de que me atarán, me cabreé tanto con ella que me tiré a sus pelos y le arranqué un mechón; todavía me acuerdo qué mal sabía. Cuando me ataron ella se vengaba y me daba cachetes todos los días sin que dijera nada, hasta que Ignacio, que debe ser alguien importante porque todo el mundo le llama Don Ignacio, menos a mí que me deja llamarle Ignacio sólo, la vio, la hizo salir fuera y no la volví a ver. Supongo que se daría cuenta que era una bruza mala y la mojó, porque las brujas malas se deshacen con el agua, que lo vi en el Mago de Oz cuando era niño y mamá me llevó a teatro. Ya me la imagino, en el suelo, como un borrón.
Yo era un niño normal y estaba con niños normales, que se pegaban, que gritaban cuando sus mamás no les compraban un juguete caro, pero ahora no lo soy, y lo sé porque estoy rodeado de raros, y si estás rodeada de gente que se come sus cacas y de que chilla todos los días cada vez que se termina el desayuno como si le pegaran con un látigo sabes que no eres normal. Y todo desde lo del coche, aunque yo no me di cuenta que me había vuelto raro, pero me imagino que papá y mamá sí, y por eso me enviaron aquí, porque ellos no podían cuidar. Pero no fue mi culpa, la pelota se escapó, y entonces, me dolía mucho y me dormí. Me desperté en una habitación blanca, con gente de blanco, en la que una mujer de blanco me miró y se fue sin decir nada. Luego vino un hombre de blanco que me decía cosas raras y me miró de arriba abajo, apuntando todo. Y tuve miedo, quise que papá y mamá estuvieran conmigo, que aquel señor se fuera, porque no entendía nada, tenía miedo. Mucho miedo.
Y ya no soy un niño normal, ahora soy un niño raro, pero cuando sueño vuelvo a tener aventuras con mis amigos del cole, que juegan y ríen conmigo, que me eligen el primero para jugar al baloncesto porque sigo siendo el mejor, sueño que ya no estoy aquí, que la gente no habla raro y me siento tonto, que no me da miedo todo. Por eso quiero soñar, me escapo de estas salas en las que los niños lloran a todas horas, pegan a la gente cuando se cambia la cadena que quieren, y que si eres bueno lo más que tienes es doble ración de natillas una vez al mes, porque más engorda; claro que si me dejaran salir al jardín más, y estar en la canasta tirando haría más ejercicio y no habría problema de engordar. Pero si se lo digo, Laura me mira y me dice que las cosas no son tan fáciles. No lo serán, si lo dice ella, que es más lista porque sabe palabras que yo no entiendo.
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