Jenny,
no sé si me oyes,
no sé si pensará acaso,
sólo sé que ya no estás
y que nunca vas a estar.
Jamás volveré a oír tu risa,
jamás porque te has ido.
Jamás descubriré el enigma
de a dónde va tu mirada,
jamás porque ya no estás.
Como hizo ya nuestro Josetxo,
tú ahora te vas,
pero sin decir adiós,
sabiendo que no volverás.
Oscuro en el ocaso de la vida
de la que te quedaba por vivir;
el fin llegó, yo me lo temía.
Asco de vida la que nos toca
que no a segundas oportunidades;
un error caro un día
y lo pagas entero de por vida.
Si acaso miro hacia el cielo
una noche estrellada,
sé que vas a estar allí,
brillando con toda tu luz;
toda esa luz que poseías
y que la vida te quitaba,
ahora y tras tu muerte
brillas fuerte en nuestra alma.
Quienes te conocíamos un poco,
pues en ti nadie entraba,
quedamos harto hechizados;
y es que tu magia nunca acababa.
Soñaré, tal vez, contigo
y será un breve encuentro.
Podré volver, aún sólo un instante,
a recordar los días de Beintza,
en que mis poesías leías,
y más que llorar, reías.
Fueron esos nuestros últimos días
pues nos dejaste al instante.
Te fuiste lejos tú sola
Y no vimos tu luz apagarse.
Al pasar los meses supe de ti,
pero supe que ya no estabas
y entonces te encontré,
más que nunca, cercana;
ahora ya sólo vives en nosotros,
ahora ya no te pasa nada.
Ríes desde donde estés,
saluda desde el fondo de mi alma
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