He de confesar. Y no digo esto porque vaya a dar una explicación de por qué llevo tanto tiempo sin acercarme a la web y de actualizar este texto, pues como buen Aries soy impredecible hasta la médula y no hay ninguna razón que satisfaga al más ortodoxo y racional Descartes acerca de mi comportamiento. No, quiero confesar un hecho y es que ayer vi telebasura. Vale, no es la primera vez ni será la última, porque quien más o quien menos es difícil que cualquiera de nosotros no haya sucumbido a la pereza de estar tumbado y ver el mando lo suficientemente lejos como para permitir a Jorge Javier seguir despotricando contra quien toque. Pero lo grave es que lo hice con alevosía y premeditación. Me quedé hasta tarde para verlo a posta, a riesgo incluso de perderme alguna de las ingeniosas frases de Quequé en su guerra de los medios. Se me ocurrió que debía ver en que nueva aventura se había embarcado Anabel Alonso. Y es que chico, algún directivo de Antena 3 debió creerse tanto el personaje de Diana en 7 vidas (por otra parte uno de los personajes más graciosos paridos en una productora española) y le ofrecen todo el rato programas que hubieran pasado por aquellos que le ofrecían en la ficción.
Y ahora no voy a exculparla a ella de coger esos trabajos (cada uno sabe lo que hace con su vida) ni analizar lo que ha sido su carrera, sino explicar a quienes no tuvieron la osadía que tuve, lo que mis ojos pudieron ver aquella noche. Y si el programa consistía en torturar a personajes mientras contestabas preguntas de párvulos, el que realmente salía torturado era el espectador que tuviera la capacidad de conectar dos neuronas (o incluso el que las tuviera). Teniendo en cuenta a las horas en la que el programa es emitido (seguramente porque hay algún desnudo integral que no puede emitirse a las horas en las que sí se emiten películas con tiros y sangre) la audiencia no será el mayor enemigo de este producto, o sí, que vaya a saber usted que la tele esta muy revuelta, lo que garantiza diversión por lo menos hasta que se cumpla el contrato.
Lo único bueno es que los concursantes pasan sin pena ni gloria y pocas personas tendrán el dudoso placer de conocerlos, pues si encima se hicieran héroes nacionales, a razón de 8 por semana, Interviú tendría que aumentar el número de sus ediciones para que esas personas torturadas tuvieran cabida.
Sniff. Seguiré avisando de la desintegración de la sociedad occidental
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