En estos momentos, antes de conseguir trabajar en alguna centro educativo, de lo que sea, me veo trabajando con familias de esas, que pese a entrar en los límites de lo que la señora Botella frutalmente acepta, mantienen una situación poco aceptable para la diputación. Familias, siempre con menores que están formándose para (sobre)vivir en este mundo, competitivo, que usa la excusa de la crisis para eliminar cualquier ayuda a los más débiles. Quienes trabajamos con cualquier persona que ha tenido problemas sabemos que una de las cosas más difíciles es conseguir vincularse, por lo que nos piden estabilidad, que duremos en el empleo, pero, eso sí, no se preocupan en hacer nada por ello. Tengo que decir que tras muchos malos ratos he caído en una empresa que tiene la dignidad de cuidarnos y pagar decentemente, los ayuntamientos ofrecen unas condiciones precarias e insostenibles.
Conozco muchos compañeros que tienen más de un trabajo, uno para sacar dinero y otro para realizarse, como estaba yo antes, hasta que decidí, mientras no consiga algo más cercano a mí, al exclusividad, puesto que además de las intervenciones, las reuniones con los ayuntamientos se suceden, pero es que claro, no te pagan las vacaciones porque te cogen por hora, si es festivo, búscate la vida, y lo que es peor (no para nosotros, sino para la familia), si metes horas de más en coordinaciones, las tienes que quitar de estar con la familia porque no te van a pagar más, que según como esté esa familia es pedir mucho.
Con esto que quiero decir, pues que todos los que estamos trabajando en trabajos con colectivos desfavorecidos tenemos que hacer frente a una sociedad que no nos gratifica nuestra labor, que nos condenan a la precariedad, que nos chantajean emocionalmente con el bienestar de unas personas para que no nos vayamos a otro trabajo mejor remunerado, pero no te mejoran esas condiciones que te imposibilitan vivir.
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