jueves, 22 de noviembre de 2007

Never ending story

Cuando te permiten comer te sientes tan agradecido que ni reaccionas cuando te apalean.

Con esta expresión quiero hacer consciente el hecho de que en ocasiones, cuando un grupo ha sido tratado de las peores condiciones posibles, logra un poco de dignidad, básica y muchas veces insuficiente, cree que ya está todo hecho y que es lo máximo que va a conseguir. Exactamente lo que le está pasando al colectivo LGTB.

Entiendo que la lucha, vivir en lucha, es un desgaste energético impresionante, y de por sí es una injusticia, pero de ahí a lo que observo dista más de un puente. Evidentemente las cosas han ido cambiando en los últimos años. Ni vamos a la cárcel por ser gays ni se nos recluye, así como se prohíbe que se nos insulte o apalee por ese motivo (joder que chollo!! Es que sólo faltaría eso) así como que se nos deja casarnos, de la misma manera que a lxs trans se les permite poner su nombre nuevo antes de pasarse por un quirófano (así quizás puedan encontrar un trabajo con el que pagar la operación que no se les subvenciona, o sí en algunos sitios cuando reconozcan que padecer disforia de géneroà clasificación de enfermedad VERGÜENZA).
Y con esto nos conformamos. Muchos colectivos se encuentran en debate interno para ver hacia dónde han de dirigir sus fuerzas, en el caso de que haya que hacerlo hacia algún lado. JODER, como que nos los hay? La homofobia sigue existiendo, y las leyes no hacen nada por detenerlo, y mientras hay quienes se preguntan qué hacer. Pues mirad, bonitas, se puede empezar por educar a la sociedad. Hacer pedagogía de la diversidad que es la vida, para que los niños que quieran mariconear lo hagan sin que sus compis les partan la cara o se sientan tan perdidos que decidan dejar de mariconear y amargarse o simplemente dejen de existir; se puede trabajar para que en los pueblos pequeños, lejos de ciudades con barrios de economía rosa se acepte la diversidad y quien decida salir del armario no se convierta en la marica del pueblo y tenga que irse por huir de una vida solitaria; se puede trabajar para que en los países donde no ser heterosexual esté castigado deje de serlo; se puede trabajar para que todos los LGTB nos encontremos en la plenitud de nuestros derechos y no sólo los que son de escaparate ante una mayoría social de admiradores de Ramon García

Cuando correr es una manera de estar vivo

Patricia McNeal nos recrea en una asombrosa obra y con una delicadeza asombrosa la historia de amor de dos hombres. Relato que puede recordar a la parábola griega del amor sófico entre profesor y alumno, pero pasando muy de lejos.

Un profesor universitario de gimnasia, que trabaja en una universidad moderna (ojala la mía hubiera sido algo parecida a esta) como refugio a una vida de excesos en unos años en los que ser gay era algo tan cuestionado como ser rojo (en los usa, of course) recibe el encargo de entrenar a tres promesas del atletismo que han sido expulsados de su universidad por ser gays. Enfrentándose a sus propios fantasmas comienza el entrenamiento a la vez que la relación con uno de estos muchachos se aleja del lado únicamente académica.

El corredor de fondo es un libro imprescindible, porque, aunque en momentos se nos quede lejano, tanto por la época como por el contexto social del país en el que trascurre, nos narra una historia de amor entre dos chicos sin osar si quiera a poner velos en los sentimientos de dos hombres. Es un libro en el que, por desgracia muy similar a la vida real, la homofobia es un tercero que quiere ser parte sin que nadie le invite y nadie le de permiso para quedarse; homofobia que tiene su llama en la antorcha de los juegos olímpicos que tienen como objetivos los protagonistas, sacando del armario el desprecio que existe hacia lo que no huela a macho en el mundo de los deportes y más aún en el de la prensa deportiva.

Con este libro uno puede llorar, y en momentos es casi inevitable, pero sobre todo consigue encender en uno la vena del activismo, nos recuerda que aunque los campos de concentración son un mal recuerdo, seguimos llevando el triángulo rosa cosido a nuestro brazo, que todo intento de normalizar (entendiendo esto como que nos dejen ser y ya está) es precedido por una lucha fatigosa.

En cuanto pueda leeré la segunda parte.

Con su pan se lo coman pero que no me lo pidan

No nos viene ahora la iglesia a anunciarse para recaudar fondo. Me río. Por supuesto, que como cualquier grupo tienen derecho de hace todos los anuncios que quieran, y no voy a ser yo, quien ahora vaya a decirles que no. Pero, dentro de esta mente maquiavélica que me caracteriza y que me hace pensar más allá de lo que sucede, aparece tintineante una idea maliciosa. ¿Qué pasaría si fuera un colectivo gay quien hiciera lo propio: una campaña para promover los derechos LGTB (sí, sí, aún queda por lo que luchar por muchos que algunos lo nieguen), o para buscar nuevos socios para sus actividades.

Sencillo. Tendríamos el cristo montado, y nunca mejor dicho.

Y todo porque esa coalición tiene puesto en el colectivo LGTB s nuevo anti cristo, su nueva razón de lucha para salvar la humanidad. ¿Y por qué? Pues que nadie les da bola y se tienen que aferrar a los pocos sectarios que tienen en su seno.
Así que a mí no me pidan dinero, que no me pidan que colabore con su causa, porque puedo ser bueno (ejem) pero no idiota como para ayudar a unas personas cuyo mayor afán es insultarme.